martes, 8 de mayo de 2012

ECO ARTE





....El ecoarte nace así como un arte mestizo, surgido de la confluencia de dos saberes, el científico y el artístico, para la interpretación del medio ambiente. Un arte de reconciliación, de búsqueda compartida, en disposición de reanudar los diálogos perdidos, también de iniciar los abrazos que nunca tuvieron lugar. Así entendido, este arte resulta bien cercano a las expectativas de la postmodernidad, que busca de nuevo la reconciliación entre mundos y formas de conocimiento que transitaron demasiado tiempo desunidos, artificialmente separados.
Porque ambos, ciencia y arte, son esencialmente dos formas de conocimiento, dos lenguajes, que intentan responder a las mismas preguntas, a la necesidad de reducir el miedo que produce en nosotros el vacío, a la ignorancia. La primera, la ciencia, se basa en la presunción de que la Naturaleza puede ser comprendida y descrita “tal cual es”. Este modelo del conocimiento como “representación” del mundo ya tuvo, en el discurrir de la modernidad, numerosos detractores (baste pensar en Nietzsche o Heideeger) y ha sido desarticulado en el seno de la propia ciencia, fundamentalmente a partir de los avances de la física del siglo XX y del desarrollo de las teorías constructivistas del conocimiento .
¿Qué sucede con el arte? ¿En qué modo se produce y manifiesta como una aportación humana al fenómeno de la vida? Desde luego, es otra forma de conocimiento tan legítima como la ciencia, pero distinta, complementaria, diríamos que imprescindible para contribuir, con la primera, al conocimiento del mundo, del medio ambiente que nos rodea.
El arte se basa en el supuesto de que los seres humanos podemos intuir, conocer, imaginar, expresar, aspectos de la realidad, por medio de mecanismos que son inadecuados en el marco de la ciencia, y que, al hacerlo, estamos contribuyendo a desvelar complejidades ininteligibles desde el punto de vista científico, como afirma Jorge Wagensberg . En efecto, la intuición, la imaginación, la capacidad para hacer asociaciones inéditas, son funciones del ser humano que permiten acceder a espacios y a complejidades imposibles de apresar o comprimir en el marco de una teoría, una fórmula, una ley general.
Y no me estoy refiriendo sólo a complejidades como el dolor, la alegría, el misterio de estar vivos, el acto de amar... sino también a otras complejidades con las que la ciencia forcejea desde hace siglos sin conseguir, hasta el momento, explicarlas en su totalidad:
- lo infinitamente grande (el cosmos)
- lo infinitamente pequeño (el mundo subatómico)
- lo vivo (el fenómeno de la vida en su totalidad)
El arte, como la ciencia, también nace del asombro, de la pregunta, la duda, el miedo, pero lo hace a partir de supuestos y posicionamientos distintos, de la utilización de recursos que no caben en aquella, de la búsqueda de resultados que escapan a cualquier objetivación posible. Lo esencial para la ciencia es establecer leyes o principios generales. Para el arte, la razón primera es la individualidad y diferencia del artista, el estado original de la obra, cuanto ésta tiene precisamente de único e irrepetible.

¿Qué ofrece, entonces, el arte, que la ciencia no pueda darnos?
Paul Klee lo expresó en palabras tan acertadas que no parece necesario buscar otras: “El arte es hacer visible lo invisible”, consiste en ser capaces de ver y expresar lo que aparentemente no se manifiesta pero está, existe, en el mundo real o imaginario.
Crear, moverse desde el arte, nos posibilita, precisamente, para producir esa reorganización de lo imaginario con lo real, a través de vínculos entre lo que nos dicen los sentimientos, las emociones, y la actividad mental organizada. Como en ciencia, en arte el método también es fundamental. Y, según cabría esperar, se trata de un método distinto, que orienta procesos diferentes, y produce respuestas de otro orden que las del saber científico.
El arte del siglo XXI tiene hoy, al igual que la ciencia, el reto de expresar la crisis ambiental que vive la humanidad, de indagar en ella, también de plantear nuevas visiones y propuestas. En este desafío, las posibilidades del arte y de los artistas se amplían notablemente cuando, acercándose a la naturaleza y a los ambientes creados por el ser humano, los abordan de la mano de la ciencia y no de espaldas a ella, para la recuperación de lo que, por largo tiempo, parecía perdido:
- la unidad del conocimiento, como expresión de la unidad de lo real.
- el sujeto (en la ciencia, en el arte) como sujeto que piensa, siente, imagina...
- la posibilidad de una comunicación total (en la que intervengan cogniciones y emociones) de los seres humanos entre sí y con su entorno.

Al arte así entendido le he llamado ECOARTE. Como antes comenté, desde hace quince años tanteo este camino: un modo de informar acerca del yo en el nosotros, una forma de entendernos como episodios dentro del todo; un movimiento en el que la obra de arte se sitúa en la interfase entre lo que la ciencia nos dice y lo que la imaginación nos advierte, también entre el sujeto histórico y su contexto, el medio ambiente. Un arte que estaría cerca, o querría estar, del que Octavio Paz reclamaba como “arte de la convergencia”, de la reconciliación .Otros artistas me precedieron y son muchos también los que hoy día desarrollan su trabajo en parecida dirección. Cuando iniciamos este nuevo milenio, cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones del progreso, parece posible aceptar que, tras un siglo de tanteos, de seducción, de errores y rectificaciones entre la ciencia y el arte, ambos están llamados a llegar al reconocimiento de sus zonas de encuentro para dar, juntos, cuenta del mundo. La crisis ambiental que padece el planeta se constituye así en un reto para la reconciliación y, a la vez, una oportunidad para el trabajo compartido, el abrazo constructivo entre científicos y artistas. Porque, en definitiva, quienes nos hemos asomado a la aventura de conocer, desde uno u otro campo (y a veces compartiendo ambas dimensiones, como es mi caso) sabemos que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y sentimientos... y también con la mente.
El paso de la modernidad a la postmodernidad nos brinda ya, para ello, una nueva visión del conocimiento: la que integra y no excluye; la que abraza y no niega; la que asume la incertidumbre, el azar..., la visión que aún guarda el asombro para hacerse preguntas compartidas, para reconocer cuánto nos queda por descubrir a nosotros paseantes de la vida que quisimos entenderla y, al fin, nos conformamos con amarla.

Al arte así entendido le he llamado ECOARTE. Como antes comenté, desde hace quince años tanteo este camino: un modo de informar acerca del yo en el nosotros, una forma de entendernos como episodios dentro del todo; un movimiento en el que la obra de arte se sitúa en la interfase entre lo que la ciencia nos dice y lo que la imaginación nos advierte, también entre el sujeto histórico y su contexto, el medio ambiente. Un arte que estaría cerca, o querría estar, del que Octavio Paz reclamaba como “arte de la convergencia”, de la reconciliación .Otros artistas me precedieron y son muchos también los que hoy día desarrollan su trabajo en parecida dirección. Cuando iniciamos este nuevo milenio, cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones del progreso, parece posible aceptar que, tras un siglo de tanteos, de seducción, de errores y rectificaciones entre la ciencia y el arte, ambos están llamados a llegar al reconocimiento de sus zonas de encuentro para dar, juntos, cuenta del mundo. La crisis ambiental que padece el planeta se constituye así en un reto para la reconciliación y, a la vez, una oportunidad para el trabajo compartido, el abrazo constructivo entre científicos y artistas. Porque, en definitiva, quienes nos hemos asomado a la aventura de conocer, desde uno u otro campo (y a veces compartiendo ambas dimensiones, como es mi caso) sabemos que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y sentimientos... y también con la mente.
El paso de la modernidad a la postmodernidad nos brinda ya, para ello, una nueva visión del conocimiento: la que integra y no excluye; la que abraza y no niega; la que asume la incertidumbre, el azar..., la visión que aún guarda el asombro para hacerse preguntas compartidas, para reconocer cuánto nos queda por descubrir a nosotros paseantes de la vida que quisimos entenderla y, al fin, nos conformamos con amarla.

Al arte así entendido le he llamado ECOARTE. Como antes comenté, desde hace quince años tanteo este camino: un modo de informar acerca del yo en el nosotros, una forma de entendernos como episodios dentro del todo; un movimiento en el que la obra de arte se sitúa en la interfase entre lo que la ciencia nos dice y lo que la imaginación nos advierte, también entre el sujeto histórico y su contexto, el medio ambiente. Un arte que estaría cerca, o querría estar, del que Octavio Paz reclamaba como “arte de la convergencia”, de la reconciliación .Otros artistas me precedieron y son muchos también los que hoy día desarrollan su trabajo en parecida dirección. Cuando iniciamos este nuevo milenio, cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones del progreso, parece posible aceptar que, tras un siglo de tanteos, de seducción, de errores y rectificaciones entre la ciencia y el arte, ambos están llamados a llegar al reconocimiento de sus zonas de encuentro para dar, juntos, cuenta del mundo. La crisis ambiental que padece el planeta se constituye así en un reto para la reconciliación y, a la vez, una oportunidad para el trabajo compartido, el abrazo constructivo entre científicos y artistas. Porque, en definitiva, quienes nos hemos asomado a la aventura de conocer, desde uno u otro campo (y a veces compartiendo ambas dimensiones, como es mi caso) sabemos que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y sentimientos... y también con la mente.
El paso de la modernidad a la postmodernidad nos brinda ya, para ello, una nueva visión del conocimiento: la que integra y no excluye; la que abraza y no niega; la que asume la incertidumbre, el azar..., la visión que aún guarda el asombro para hacerse preguntas compartidas, para reconocer cuánto nos queda por descubrir a nosotros paseantes de la vida que quisimos entenderla y, al fin, nos conformamos con amarla.

El arte así entendido le he llamado ECOARTE. Como antes comenté, desde hace quince años tanteo este camino: un modo de informar acerca del yo en el nosotros, una forma de entendernos como episodios dentro del todo; un movimiento en el que la obra de arte se sitúa en la interfase entre lo que la ciencia nos dice y lo que la imaginación nos advierte, también entre el sujeto histórico y su contexto, el medio ambiente. Un arte que estaría cerca, o querría estar, del que Octavio Paz reclamaba como “arte de la convergencia”, de la reconciliación .Otros artistas me precedieron y son muchos también los que hoy día desarrollan su trabajo en parecida dirección. Cuando iniciamos este nuevo milenio, cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones del progreso, parece posible aceptar que, tras un siglo de tanteos, de seducción, de errores y rectificaciones entre la ciencia y el arte, ambos están llamados a llegar al reconocimiento de sus zonas de encuentro para dar, juntos, cuenta del mundo. La crisis ambiental que padece el planeta se constituye así en un reto para la reconciliación y, a la vez, una oportunidad para el trabajo compartido, el abrazo constructivo entre científicos y artistas. Porque, en definitiva, quienes nos hemos asomado a la aventura de conocer, desde uno u otro campo (y a veces compartiendo ambas dimensiones, como es mi caso) sabemos que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y sentimientos... y también con la mente.
El paso de la modernidad a la postmodernidad nos brinda ya, para ello, una nueva visión del conocimiento: la que integra y no excluye; la que abraza y no niega; la que asume la incertidumbre, el azar..., la visión que aún guarda el asombro para hacerse preguntas compartidas, para reconocer cuánto nos queda por descubrir a nosotros paseantes de la vida que quisimos entenderla y, al fin, nos conformamos con amarla.
Ecoarte: el arte de la confluencia
(Texto publicado en el catálogo de la exposición UNESCO-París 2001, con motivo de la presentación internacional del Proyecto)
María Novo






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