....El ecoarte nace así como un arte mestizo, surgido de la confluencia de
dos saberes, el científico y el artístico, para la interpretación del medio
ambiente. Un arte de reconciliación, de búsqueda compartida, en disposición de
reanudar los diálogos perdidos, también de iniciar los abrazos que nunca
tuvieron lugar. Así entendido, este arte resulta bien cercano a las
expectativas de la postmodernidad, que busca de nuevo la reconciliación entre
mundos y formas de conocimiento que transitaron demasiado tiempo desunidos,
artificialmente separados.
Porque ambos, ciencia y arte, son esencialmente dos formas de
conocimiento, dos lenguajes, que intentan responder a las mismas preguntas, a
la necesidad de reducir el miedo que produce en nosotros el vacío, a la
ignorancia. La primera, la ciencia, se basa en la presunción de que la
Naturaleza puede ser comprendida y descrita “tal cual es”. Este modelo del
conocimiento como “representación” del mundo ya tuvo, en el discurrir de la
modernidad, numerosos detractores (baste pensar en Nietzsche o Heideeger) y ha
sido desarticulado en el seno de la propia ciencia, fundamentalmente a partir
de los avances de la física del siglo XX y del desarrollo de las teorías
constructivistas del conocimiento .
¿Qué sucede con el arte? ¿En qué modo se produce y manifiesta como una
aportación humana al fenómeno de la vida? Desde luego, es otra forma de
conocimiento tan legítima como la ciencia, pero distinta, complementaria,
diríamos que imprescindible para contribuir, con la primera, al conocimiento
del mundo, del medio ambiente que nos rodea.
El arte se basa en el supuesto de que los seres humanos podemos intuir,
conocer, imaginar, expresar, aspectos de la realidad, por medio de mecanismos
que son inadecuados en el marco de la ciencia, y que, al hacerlo, estamos
contribuyendo a desvelar complejidades ininteligibles desde el punto de vista
científico, como afirma Jorge Wagensberg . En efecto, la intuición, la
imaginación, la capacidad para hacer asociaciones inéditas, son funciones del
ser humano que permiten acceder a espacios y a complejidades imposibles de
apresar o comprimir en el marco de una teoría, una fórmula, una ley general.
Y no me estoy refiriendo sólo a complejidades como el dolor, la alegría,
el misterio de estar vivos, el acto de amar... sino también a otras
complejidades con las que la ciencia forcejea desde hace siglos sin conseguir,
hasta el momento, explicarlas en su totalidad:
- lo infinitamente grande (el cosmos)
- lo infinitamente pequeño (el mundo subatómico)
- lo vivo (el fenómeno de la vida en su totalidad)
El arte, como la ciencia, también nace del asombro, de la pregunta, la
duda, el miedo, pero lo hace a partir de supuestos y posicionamientos
distintos, de la utilización de recursos que no caben en aquella, de la
búsqueda de resultados que escapan a cualquier objetivación posible. Lo
esencial para la ciencia es establecer leyes o principios generales. Para el
arte, la razón primera es la individualidad y diferencia del artista, el estado
original de la obra, cuanto ésta tiene precisamente de único e irrepetible.
¿Qué ofrece, entonces, el arte, que la ciencia no pueda darnos?
Paul Klee lo expresó en palabras tan acertadas que no parece necesario
buscar otras: “El arte es hacer visible lo invisible”, consiste en ser capaces
de ver y expresar lo que aparentemente no se manifiesta pero está, existe, en
el mundo real o imaginario.
Crear, moverse desde el arte, nos posibilita, precisamente, para producir
esa reorganización de lo imaginario con lo real, a través de vínculos entre lo
que nos dicen los sentimientos, las emociones, y la actividad mental
organizada. Como en ciencia, en arte el método también es fundamental. Y, según
cabría esperar, se trata de un método distinto, que orienta procesos
diferentes, y produce respuestas de otro orden que las del saber científico.
El arte del siglo XXI tiene hoy, al igual que la ciencia, el reto de
expresar la crisis ambiental que vive la humanidad, de indagar en ella, también
de plantear nuevas visiones y propuestas. En este desafío, las posibilidades
del arte y de los artistas se amplían notablemente cuando, acercándose a la
naturaleza y a los ambientes creados por el ser humano, los abordan de la mano
de la ciencia y no de espaldas a ella, para la recuperación de lo que, por
largo tiempo, parecía perdido:
- la unidad del conocimiento, como expresión de la unidad de lo real.
- el sujeto (en la ciencia, en el arte) como sujeto que piensa, siente,
imagina...
- la posibilidad de una comunicación total (en la que intervengan
cogniciones y emociones) de los seres humanos entre sí y con su entorno.
Al arte así entendido le he llamado ECOARTE. Como antes comenté, desde
hace quince años tanteo este camino: un modo de informar acerca del yo en el
nosotros, una forma de entendernos como episodios dentro del todo; un
movimiento en el que la obra de arte se sitúa en la interfase entre lo que la
ciencia nos dice y lo que la imaginación nos advierte, también entre el sujeto
histórico y su contexto, el medio ambiente. Un arte que estaría cerca, o
querría estar, del que Octavio Paz reclamaba como “arte de la convergencia”, de
la reconciliación .Otros artistas me precedieron y son muchos también los que
hoy día desarrollan su trabajo en parecida dirección. Cuando iniciamos este
nuevo milenio, cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones
del progreso, parece posible aceptar que, tras un siglo de tanteos, de
seducción, de errores y rectificaciones entre la ciencia y el arte, ambos están
llamados a llegar al reconocimiento de sus zonas de encuentro para dar, juntos,
cuenta del mundo. La crisis ambiental que padece el planeta se constituye así
en un reto para la reconciliación y, a la vez, una oportunidad para el trabajo
compartido, el abrazo constructivo entre científicos y artistas. Porque, en
definitiva, quienes nos hemos asomado a la aventura de conocer, desde uno u
otro campo (y a veces compartiendo ambas dimensiones, como es mi caso) sabemos
que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando
buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y
sentimientos... y también con la mente.
El paso de la modernidad a la postmodernidad nos brinda ya, para ello,
una nueva visión del conocimiento: la que integra y no excluye; la que abraza y
no niega; la que asume la incertidumbre, el azar..., la visión que aún guarda
el asombro para hacerse preguntas compartidas, para reconocer cuánto nos queda
por descubrir a nosotros paseantes de la vida que quisimos entenderla y, al fin,
nos conformamos con amarla.
Al arte así entendido le he llamado ECOARTE. Como antes comenté, desde
hace quince años tanteo este camino: un modo de informar acerca del yo en el
nosotros, una forma de entendernos como episodios dentro del todo; un
movimiento en el que la obra de arte se sitúa en la interfase entre lo que la
ciencia nos dice y lo que la imaginación nos advierte, también entre el sujeto
histórico y su contexto, el medio ambiente. Un arte que estaría cerca, o
querría estar, del que Octavio Paz reclamaba como “arte de la convergencia”, de
la reconciliación .Otros artistas me precedieron y son muchos también los que
hoy día desarrollan su trabajo en parecida dirección. Cuando iniciamos este
nuevo milenio, cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones
del progreso, parece posible aceptar que, tras un siglo de tanteos, de
seducción, de errores y rectificaciones entre la ciencia y el arte, ambos están
llamados a llegar al reconocimiento de sus zonas de encuentro para dar, juntos,
cuenta del mundo. La crisis ambiental que padece el planeta se constituye así
en un reto para la reconciliación y, a la vez, una oportunidad para el trabajo
compartido, el abrazo constructivo entre científicos y artistas. Porque, en
definitiva, quienes nos hemos asomado a la aventura de conocer, desde uno u
otro campo (y a veces compartiendo ambas dimensiones, como es mi caso) sabemos
que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando
buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y
sentimientos... y también con la mente.
El paso de la modernidad a la postmodernidad nos brinda ya, para ello,
una nueva visión del conocimiento: la que integra y no excluye; la que abraza y
no niega; la que asume la incertidumbre, el azar..., la visión que aún guarda
el asombro para hacerse preguntas compartidas, para reconocer cuánto nos queda
por descubrir a nosotros paseantes de la vida que quisimos entenderla y, al fin,
nos conformamos con amarla.
Al arte así entendido le he llamado ECOARTE. Como antes comenté, desde
hace quince años tanteo este camino: un modo de informar acerca del yo en el
nosotros, una forma de entendernos como episodios dentro del todo; un
movimiento en el que la obra de arte se sitúa en la interfase entre lo que la
ciencia nos dice y lo que la imaginación nos advierte, también entre el sujeto
histórico y su contexto, el medio ambiente. Un arte que estaría cerca, o
querría estar, del que Octavio Paz reclamaba como “arte de la convergencia”, de
la reconciliación .Otros artistas me precedieron y son muchos también los que
hoy día desarrollan su trabajo en parecida dirección. Cuando iniciamos este
nuevo milenio, cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones
del progreso, parece posible aceptar que, tras un siglo de tanteos, de
seducción, de errores y rectificaciones entre la ciencia y el arte, ambos están
llamados a llegar al reconocimiento de sus zonas de encuentro para dar, juntos,
cuenta del mundo. La crisis ambiental que padece el planeta se constituye así
en un reto para la reconciliación y, a la vez, una oportunidad para el trabajo
compartido, el abrazo constructivo entre científicos y artistas. Porque, en
definitiva, quienes nos hemos asomado a la aventura de conocer, desde uno u
otro campo (y a veces compartiendo ambas dimensiones, como es mi caso) sabemos
que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando
buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y
sentimientos... y también con la mente.
El paso de la modernidad a la postmodernidad nos brinda ya, para ello,
una nueva visión del conocimiento: la que integra y no excluye; la que abraza y
no niega; la que asume la incertidumbre, el azar..., la visión que aún guarda
el asombro para hacerse preguntas compartidas, para reconocer cuánto nos queda
por descubrir a nosotros paseantes de la vida que quisimos entenderla y, al fin,
nos conformamos con amarla.
El arte así entendido le he llamado ECOARTE. Como antes comenté, desde
hace quince años tanteo este camino: un modo de informar acerca del yo en el
nosotros, una forma de entendernos como episodios dentro del todo; un
movimiento en el que la obra de arte se sitúa en la interfase entre lo que la
ciencia nos dice y lo que la imaginación nos advierte, también entre el sujeto
histórico y su contexto, el medio ambiente. Un arte que estaría cerca, o
querría estar, del que Octavio Paz reclamaba como “arte de la convergencia”, de
la reconciliación .Otros artistas me precedieron y son muchos también los que
hoy día desarrollan su trabajo en parecida dirección. Cuando iniciamos este
nuevo milenio, cuando nos preguntamos acerca del progreso y de las direcciones
del progreso, parece posible aceptar que, tras un siglo de tanteos, de
seducción, de errores y rectificaciones entre la ciencia y el arte, ambos están
llamados a llegar al reconocimiento de sus zonas de encuentro para dar, juntos,
cuenta del mundo. La crisis ambiental que padece el planeta se constituye así
en un reto para la reconciliación y, a la vez, una oportunidad para el trabajo
compartido, el abrazo constructivo entre científicos y artistas. Porque, en
definitiva, quienes nos hemos asomado a la aventura de conocer, desde uno u
otro campo (y a veces compartiendo ambas dimensiones, como es mi caso) sabemos
que esa aventura sólo es posible, sólo resulta válida y gratificante, cuando
buscamos conocer con nuestro cuerpo, con nuestra pasión, nuestros sueños y
sentimientos... y también con la mente.
El paso de la modernidad a la postmodernidad nos brinda ya, para ello,
una nueva visión del conocimiento: la que integra y no excluye; la que abraza y
no niega; la que asume la incertidumbre, el azar..., la visión que aún guarda
el asombro para hacerse preguntas compartidas, para reconocer cuánto nos queda
por descubrir a nosotros paseantes de la vida que quisimos entenderla y, al fin,
nos conformamos con amarla.
Ecoarte: el arte de la confluencia
(Texto publicado en el catálogo de la exposición UNESCO-París 2001, con
motivo de la presentación internacional del Proyecto)
María Novo
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